"...el cuento literario condensa la obsesión de la alimaña, hace perder al lector contacto con la desvaída realidad que le rodea, arrasarlo a una sumersión más intensa y avasalladora. De un cuento así se sale como de un acto de amor, agotado y fuera del mundo circundante, al que se vuelve poco a poco con una mirada de sorpresa, de lento reconocimiento, muchas veces de alivio y tantas otras de resignación"
Julio Cortázar: "Del cuento breve y sus alrededores"

jueves, 5 de septiembre de 2013

Viajes literarios, al contrario.

Estaréis de acuerdo en que la relación que se establece entre un viaje y el libro elegido forma parte de nuestro ADN cultural y quedará grabado en nuestra memoria para siempre. Al igual que a ningún aficionado a correr se le ocurre salir de vacaciones sin sus zapatillas o pantalón de deporte; a ningún amante literario se le ocurre viajar sin sus libros. De hecho, es tal la unión que muchas experiencias vitales las unimos a la lectura que en ese momento realizábamos. Este año se me presentó la oportunidad de tener dos meses para realizar salidas varias, no exóticas, más bien locales, pero diferentes. Así en junio además de organizar los días, lugares, información de lo que iba a visitar recopilé una serie de lecturas que mejor les fuera a los viajes. Pero esta vez cambié el sentido de las agujas del reloj, varié la tendencia natural de leer escritores oriundos de lugares que iba a visitar por todo lo contrario.
Una visita al sureste árido, a las playas cuasi tropicales de cabo de gata, con sus temperaturas calurosas, y su interior agreste y sin concesiones, me decidí por una escritora escosesa de literatura negra, Val McDermid, en un pueblo perdido, frío, helado y oscuro sucede un aparente desagradable asesinato infantil, aunque nada es lo que parece. Del sol y el calor a unas pocas horas de luz, de las medusas a los ríos helados y montañas verdes, de la jarana al silencio. Mi viaje continúo con los hermanos portugueses, con sus playas atlánticas, su clima suave y su agradable estar; y en vez de profundizar con Pessoa o Saramago, como tenía pensado, me marché hasta la alcarria de la mano de Cela. A esa España olvidada de posguerra donde pasábamos hambre y se andaba por los caminos al encuentro de una conversación; del verde atlántico a la caliza alcarreña. Y para finalizar me fui a la montaña y ni Jack London, ni Herzog, me marché a la otra punta de la tierra,  Japón, pero no sólo sino al universo Murakami con sus mundos paralelos de 1Q84. Mientras miraba los jarales y encinares tan nuestros el bueno de Haruki me planteaba la posibilidad de no estar en el mundo que vivimos.
Experiencias extremas muy recomendables.

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